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El tango en Buenos Aires: el sensual abrazo que la pandemia interrumpió

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Miles de trabajadores de esta millonaria industria cultural padecen vulnerabilidad económica ante la imposibilidad de reabrir las milongas.
El tango en Buenos Aires: el sensual abrazo que la pandemia interrumpió

El tango es una danza, pero también un símbolo cultural de Argentina. Una industria que genera millones de pesos y que quedó sumida en el colapso porque su hechizo se basa en un la intensidad de un abrazo que, por ahora, está vedado.

La pandemia modificó de manera radical el universo tanguero, erigido como uno de los principales atractivos turísticos de Buenos Aires y reconocido como patrimonio de la humanidad. Y que tiene rituales ajenos por completo al distanciamiento social que será obligatorio, por lo menos hasta que se encuentre la vacuna contra el coronavirus.

El tango solo adquiere sentido con una pareja y en colectivo. Se baila de a dos, abrazados, con una cercanía extrema que no demandan otros ritmos que, aun en cuarentena, pueden sobrevivir. Moverse solo, sola, al compás de una salsa, un reguetón, un merengue e incluso un rock and roll, es posible. El tango en soledad es inviable.

Parte de su encanto radica en la coreografía que cientos de parejas forman para moverse en círculos, siempre en sentido contrario a las agujas del reloj, en las pistas de milongas tradicionales y no tanto. Las sonrisas, los efusivos besos en las mejillas que se dan las y los tangueros asiduos son una postal permanente. El amontonamiento, los roces de los cuerpos, las manos entrelazadas, los empujones involuntarios en las pistas, también.

Pero ahora nada de eso puede hacerse porque pone en peligro la salud, en especial de las personas mayores de 60 años, que representan gran parte del público milonguero y que integran uno de los grupos de mayor riesgo de la pandemia, al igual que la masa de turistas extranjeros que cada año viajan a Buenos Aires con el único propósito de bailar tango y disfrutar las milongas hasta la madrugada. Los maestros y bailarines argentinos que tienen en sus giras al exterior su principal fuente de ingresos, tampoco pueden viajar.

¿La muerte del tango?

"El tango momentáneamente está muerto. No es posible respetar la sana distancia, no se puede bailar", afirma a RT la bailarina y docente Viviana Parra, quien evalúa que el impacto negativo de la pandemia en la industria es absoluto porque la danza implica respiraciones cercanas y distancias mínimas que hoy son imposibles.

La consecuencia es que alrededor de 2.000 trabajadores, tan solo en esta capital, se quedaron sin fuentes de ingresos porque el tango es un mercado precarizado en el que participan docentes, bailarines, músicos, organizadores de milongas, programadores, productores, cocineros, baristas, meseros, fotógrafos, porteros, musicalizadores, agentes turísticos y fabricantes y vendedores de ropa y zapatos, entre otros, que en su inmensa mayoría carecen de salarios y de prestaciones sociales por parte del Estado.

"Ha sido terrible. Nosotros desde el 11 de marzo, antes de que se decretara la cuarentena obligatoria, decidimos suspender nuestras actividades porque poníamos en riesgo a las personas mayores, una de las principales franjas etarias de nuestro público. Fue una decisión de responsabilidad solidaria con nuestra comunidad", dice Julio Bassan, presidente de la Asociación de Organizadores de Milongas (AOM).

Esto implica que hace ya dos meses que la industria cultural del tango no trabaja y carece por completo de ingresos, ya que es una actividad que, salvo escasas excepciones, se remunera día por día.

"Nuestro trabajo no está valorado a pesar de que mueve millones de dólares para el sector turístico, pero ni siquiera hay cifras oficiales de la derrama económica que genera, lo que invisibiliza su aporte a la economía. No estamos incorporados al Sistema de Información Cultural Argentino, ni participamos en el Mercado de Industrias Culturales. Es una vergüenza”, lamenta.

Tampoco hay censos oficiales para precisar el número de personas del sector, explica, pero en un registro organizado por la AOM y la Asamblea Federal de Trabajadores del Tango se anotaron alrededor de 3.000 ciudadanos a nivel nacional, más del 60% de ellos ubicadas en Buenos Aires, en donde, entre clases, bailes, espectáculos y conciertos, las milongas realizan alrededor de 1.000 actividades cada mes en las que participan alrededor de 1,4 millones personas.

La crisis precede a la pandemia. Por eso, el ministerio de Cultura de la Ciudad de Buenos Aires creó el Bamilonga, un programa de apoyo económico al que el año pasado se inscribieron 50 milongas. Para 2020, la cifra creció a 130. Debido a la emergencia sanitaria, las autoridades anunciaron la semana pasada un aumento del 50 % en este subsidio, por lo que pasó de 161.000 a 241.791 dólares.

El problema fundamental es la subsistencia de los trabajadores, pero está también el vacío que deja la obligada abstinencia del baile porque, como define Bassan: "los tangueros somos los caprichosos del abrazo, somos los fanáticos del querer".

Somos tangueros, queremos trabajar... y bailar

Rodrigo Calvete, docente y miembro de la organización Trabajadores de Tango Danza, confirma que la situación para la comunidad tanguera es crítica por la paralización e incertidumbre total del sector. "No tenemos ninguna perspectiva de continuidad de nuestro mercado laboral, ninguna certeza respecto de cuándo se podrán reiniciar las actividades. Creemos que, con la mejor de las suertes, podría ser para fin de año", dice.

Al igual que el resto de los trabajadores del tango, reconoce que las medidas sanitarias para prevenir los contagios son imposibles porque no hay forma de no abrazar a tu pareja, además de que, por no ser considerada esencial, ya saben que será una de las últimas actividades en reactivarse. "La cuestión es que no tenemos idea de cómo planificar la ayuda y dar contención al sector. Hasta ahora no ha habido apoyos específicos a trabajadores del arte o a personas que están en situación crítica", señala.

María Plazaola, bailarina y docente de prestigio internacional, coincide en que el tango es abrazo y es de a dos. No hay otra forma. Por ahora, cuenta, la única herramienta que ha encontrado es dar clases virtuales de técnica femenina, con la cámara en el piso, lo que permite que las alumnas vean detalles que en las clases presenciales se pierden.

"Me resistí mucho, pero descubrí que esto era útil. Se puede trabajar la técnica individual y, en el caso de parejas, en algunas clases privadas online puedo dar devoluciones. No veo más alternativas. Es sólo un paliativo económico porque pido contribuciones voluntarias. La ventaja es que puedo trabajar con gente de acá y de afuera, obvio nada de esto reemplaza las clases presenciales, ni mucho menos el tema de milonguear", explica.

Los encuentros en red, advierte, jamás van a sustituir la cercanía física que es indispensable en el tango y no sólo por el baile, sino por los espacios de socialización. "Mi mamá hizo una milonga virtual. Fue muy emotivo y muy hermoso, había como 70 personas por Zoom y mi hermana pasaba las tandas. Fue muy lindo verse, pero más allá de un reencuentro, que es necesario, no reemplaza nunca la magia y el ritual de la milonga", dice.

Con respecto al futuro inmediato, Plazaola piensa que, si las fronteras siguen cerradas y no pueden viajar más extranjeros durante algún tiempo, la alternativa es construir una comunidad tanguera local. "En Vietnam, en donde estuve a fines de noviembre, hay una comunidad de tangueros muy chiquita, pero ya volvieron a bailar. Me mandaron videos de ellos bailando porque allá ya se levantó la cuarentena. En Japón vi que bailaban separados y con barbijos. Eso me parece inviable, pero quizá tengamos que hacer una transición así. Me parece terrible", lamenta.

José Díaz Diez, bailarín, docente y organizador de milongas, está más resignado a que durante algún tiempo solamente habrá bailarines locales y que los extranjeros, que para esta industria son muy importantes, volverán con suerte el año que viene. "Así que veremos milongas con menos público, y sobre todo, sin ese atractivo que le da la heterogeneidad de idiomas y costumbres en un solo lugar. Supongo que después del sufrimiento del encierro sin baile, sin sol, sin poder trabajar, tomaremos más conciencia de protegernos y cuidar al otro", confía.

Eso sí, al igual que todos los habitantes de este universo paralelo basado en el devoto amor a una danza, advierte: "el tango es un abrazo o no será nada".

Cecilia González

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