Mily Iriarte, la 'picotera' colombiana empoderada con el contagioso ritmo caribeño de la champeta
La champeta, un fenómeno musical y cultural que nació en los barrios populares del Caribe colombiano, ha sido un espacio tradicionalmente dominado por los hombres. Sin embargo, en los últimos años, esto ha empezado a cambiar y la figura de las 'picoteras' se ha redimensionado para empoderar a las mujeres.
En entrevista con RT, la investigadora colombiana Miliceth Martínez Iriarte sostiene que el término 'picotera' "es un concepto en construcción" debido a que tradicionalmente así fue concebida la seguidora y fanática que participaba en los bailes de 'picó' (castellanización del término del inglés pick up), un equipo de sonido integrado, de gran tamaño, con varios parlantes, "muy colorido, con una iconografía propia, identidad, símbolos y nombres" manejado por hombres.
La picotera Mily Iriarte, como también es conocida, recuerda que anteriormente estas mujeres que iban a las fiestas de picó "no tenían un papel protagónico, porque simplemente eran las que bailaban y hacían que se activara la rumba". A pesar de su gran aporte para garantizar el éxito y rentabilidad de los eventos, eran invisibilizadas.
¿Cómo es la 'picotera' de hoy?
Años después, la situación es otra. "Hoy por hoy, la 'picotera' está en ese espacio de poder que es el picó, que tiene que ser habitado y reclamado por las mujeres, y que es donde nos encontramos", dice.
Esta mujer empoderada no solo baila, sino que programa las pistas, es DJ, anima con el micrófono y hace el saludo o reconocimiento, conocido como 'coba', que es una frase con la voz en off y un tono agudo que se pone encima de la canción mientras suena.
"La 'picotera' ya llegó a bailar con su gente", dice una de las cobas de Mily Iriarte, que la identifica con su público y que le pone ritmo al empoderamiento femenino.
El nacimiento de la champeta
Los sistemas de sonido o picós, que pueden trasladarse de un lugar a otro, surgieron para que la música originaria de África y del Caribe circulara de una localidad a otra. Así, la gente de las barriadas populares y negras de la ciudad de Cartagena y Palenque (ambas en el departamento Bolívar) podían escuchar estos ritmos vetados por las emisoras. Allí estaba el germen de la champeta.
La 'cultura champetúa', que precede a la champeta, fue su caldo de cultivo. A quienes asistían a las fiestas de picós se les conocía como 'champetúos y champetúas', denominaciones peyorativas para referirse a los sectores marginados y afro de la población de Cartagena.
De esta forma, explica Iriarte, la cultura champetúa dio paso a la champeta, que se consolidó a partir de 1984 a través de la agrupación musical Anne Zwing y otras como 'Son Palenque', de Justo Valdés, que quisieron adaptar su sonido a la música africana, la caribeña y la cultura champetúa, "que ya existía en Cartagena con los sonidos tradicionales de Palenque, como el bullerengue, la chalupa, el lumbalú", afirma la también activista feminista.
Los champetúos
Quienes iba a los espacios a escuchar y a bailar la música de los picós "eran considerados como gente de baja categoría", por lo que estos sistemas sonoros "nacen de esa contrarrespuesta y ese contradiscurso popular" ante la negativa de las emisoras de radio a incluir la champeta en su programación musical.
En la discriminación contra la cultura champetúa y la champeta —reconocida como patrimonio cultural inmaterial en 2023— hay "racismo, aporofobia y elitismo", dice Mily Iriarte, porque en Cartagena siempre se ha visto muy marcada la "diferencia entre los estratos sociales".
"Esta música era percibida como de gente negra, de bajos recursos", apunta.
'Champetúa' y feminista
Su preocupación por entender cuál era el papel de las mujeres en la cultura de la champeta fue el pistoletazo inicial para comenzar su labor como investigadora.
El interés lo avivó el conocer el trabajo del historiador del Caribe Rafael Escallón, quien la invitó a colaborar en su investigación 'Etimología de la champeta'.
El también magister en patrimonio cultural le pareció positivo que hiciera esa pesquisa sobre la champeta y la definió como una "mujer champetúa y feminista", lo que para ella fue un espaldarazo para sentirse empoderada y ajena a cualquier forma de discriminación.
La propia búsqueda
A lo largo de su vida, Mily Iriarte sufrió distintos tipos de discriminación: por ser mujer, por su color de piel, por su apariencia física, por su origen y por ser champetúa. Por ello, las palabras de Escallón fueron un aliciente para comenzar su propia búsqueda.
Sin embargo, los comentarios discriminantes también los recibió en la academia, donde los especialistas cuestionaban sus conocimientos sobre la cultura champetúa por ser mujer. Asimismo, algunas compañeras feministas le recriminaban que hiciera ese tipo de estudio sobre un tema "machista".
"Sentía que necesitaba escribir y cuestionar si había solamente machismo en la champeta y si no había ninguna propuesta feminista. ¿Ese contradiscurso dónde está?", se preguntaba.
Para la época en que publicó el artículo, que fue en 2017, encontró que en Cartagena 36 mujeres estaban activas en la champeta pero no había reconocimiento ni visibilización de las cantantes, bailarinas y seguidoras.
En su exploración se dio cuenta de que le seguían faltando los referentes femeninos al frente de los picós, por lo que, por recomendación de Escallón, empezó el camino en su formación como 'picotera'.
Construir un personaje
Al buscar referentes de 'picoteras' comenzó a forjarse una. "Empezamos a construir el personaje, porque esto empieza como una 'performance' que luego se vuelve parte de mi vida, de mi entidad y de mi trabajo", manifiesta.
En sus redes, se identifica como la 'pickotera Milly Iriarte'. La experiencia académica y el acompañamiento del movimiento feminista fueron esenciales para que sintiera respaldada en su proceso y para forjarse dentro de la cultura champetúa.
"Entonces sale esa propuesta de 'picotera' feminista. Soy una pionera en eso", asevera. A partir de allí, se fueron sumando otras mujeres que hallaron sus "propias formas de hacer activismo y de movilizarse socialmente", en conexión con la champeta, a pesar de las críticas iniciales de activistas más conservadoras.
La necesidad de penetrar en barrios populares y de sumar más mujeres al movimiento feminista pasaba por la estrategia de valerse de la champeta para hablarles en términos conocidos y cercanos.
"Donde llego siempre coloco mis placas [frases que la identifican]. Por ejemplo, una muy chévere que me hizo una compañera feminista que dice: '¡Aquí se derrumba el patriarcado¡', ¡La de al lado no es mi competencia, es mi compañera¡, ¡Deja la escoba, sal de la alcoba y gózate el soba que soba!"
A Mily Iriarte, que es administradora de profesión, le tocó aprender a seleccionar la música que suena en picó, hacer los saludos típicos de la champeta, hablar con el micrófono, programar, tocar el sampler y la batería electrónica. Le correspondió hacer sola el trabajo que hacen varias personas.
"A mí me tocó, como decimos acá de manera popular, 'ganarme respeto' del contexto picotero'. Ahora, cuando la gente me ve, reconoce mi liderazgo como picotera, pero al principio fue muy duro", relata.
Mily también pertenece a la agrupación musical 'Las Emperadoras de la Champeta', compuesta por mujeres en Cartagena, que "promueven la participación de las artistas 'champetúas' en la escena musical de ese género", según se desprende del blog Feminismo y champeta.
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