Hace 80 años, en agosto de 1945, Estados Unidos lanzó bombas atómicas sobre las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki, marcando un punto de inflexión no solo en la Segunda Guerra Mundial, sino en la historia de la humanidad, ya que fue la primera y la única vez que se utilizaron armas nucleares en un conflicto bélico.
En el contexto actual de creciente tendencia a la militarización, incluida la nuclear, por parte de varios países occidentales, la experiencia histórica del uso de armas nucleares contra Japón para lograr la victoria a cualquier precio y sus consecuencias devastadoras adquieren especial relevancia.
Hacia el final de la guerra
En verano de 1945, la Segunda Guerra Mundial llegaba a su fin. Los militaristas japoneses continuaban librando hostilidades, basándose principalmente en el código samurái del 'bushido' más que en la realidad. Así, su Armada prácticamente había dejado de existir y la Fuerza Aérea estaba al borde del colapso. Todas las fuerzas terrestres estaban en China, Indonesia y el sudeste asiático, y no había fuerzas ni oportunidades para trasladarlas para proteger Japón.
Fiel a su palabra de aliado, el Ejército soviético llegó a la frontera con la región china de Manchuria, ocupada por Japón, y estaba listo para atacar a la principal fuerza japonesa, el Ejército de Kwantung. Con este equilibrio de poder, solo unos meses habrían separado a Tokio de la capitulación total. Sin embargo, esto no fue suficiente para Washington, que decidió acabar definitivamente con el país nipón.

Preparativos para bombardeos atómicos
Al convertirse en presidente de EE.UU. en abril de 1945, Harry Truman tuvo conocimiento del Proyecto Manhattan, un esfuerzo científico secreto para crear una bomba atómica. Tras una prueba exitosa del arma en julio, el mandatario exigió la rendición incondicional del Gobierno japonés advirtiendo sobre una "destrucción inmediata y total".
El 509.º Grupo de Operaciones estadounidense llegó a la isla de Tinián, en el océano Pacífico, entre mayo y junio, para realizar el operativo contra el país asiático. Inicialmente, EE.UU. tuvo la idea de lanzar nueve bombas atómicas sobre arrozales o en el mar para lograr un efecto psicológico que apoyara las operaciones de desembarco planeadas en el archipiélago japonés para finales de septiembre.
Sin embargo, finalmente, se tomó la decisión de utilizar la nueva arma contra ciudades densamente pobladas. Así, el 25 de julio de 1945, Truman aprobó la orden de bombardear uno de los siguientes objetivos: Hiroshima, Kioto, Kokura, Niigata o Nagasaki, en parte, como una "demostración de poder" ante la Unión Soviética, que había expandido su influencia en Europa del Este y Asia Oriental. Washington lo justificó argumentando que una invasión directa de Japón habría matado a muchas más personas: al menos 500.000 estadounidenses y el mismo número de militares japoneses.

Hiroshima
No fue casualidad que Hiroshima fuera elegida como objetivo del primer ataque nuclear. La ciudad cumplía todos los criterios para lograr el máximo número de víctimas y destrucción: una ubicación llana rodeada de colinas, edificios bajos y construcciones de madera inflamables. Así, a las 08:15 de la mañana del 6 de agosto de 1945, la ciudad fue devastada por la bomba de uranio altamente enriquecido, apodada 'Little Boy' ('niño'), que fue lanzada desde el bombardero B-29 Enola Gay y explotó a unos 550 metros sobre la urbe.
"El hongo en sí era una vista espectacular: una masa burbujeante de humo gris púrpura. Se podía ver que tenía un núcleo rojo y todo ardía en su interior. A medida que nos alejábamos, podíamos ver la base del hongo y, debajo, lo que parecía una capa de escombros y humo de varios cientos de metros. [...] Vi incendios que surgían en diferentes lugares, como llamas que se elevaban sobre un lecho de brasas", recordaba Robert Caron, el artillero de cola que participó en el operativo.
Con una potencia equivalente a unos 12,5 kilotones de TNT, la bomba redujo a cenizas 8 kilómetros cuadrados del centro de la ciudad, que resultó aniquilada. Un pulso térmico de tres segundos de la explosión quemó la piel expuesta de personas a una distancia de hasta 3,5 kilómetros de la zona cero –el punto directamente debajo de la explosión– y provocó incendios en toda la urbe (70.000 de sus 76.000 edificios resultaron dañados o destruidos, y 48.000 de ellos, completamente arrasados).
Miles de personas que se encontraban cerca del epicentro de la explosión fueron vaporizados por la intensidad del calor. Miles de habitantes de Hiroshima sobrevivieron a la explosión inicial, pero resultaron gravemente heridos y fallecieron posteriormente a causa de las quemaduras y la radiación. Se estima que el 60 % de las muertes se debieron a quemaduras, el 30 % a la explosión y el 10 % a la radiación.

Nagasaki
Aunque, según lo acordado con los Aliados, la Unión Soviética inició el 8 agosto una ofensiva en Manchuria, poco después de las 11:00 de la mañana del 9 de agosto, un artefacto de plutonio de 21 kilotones, apodado 'Fat Man' ('hombre gordo'), explotó sobre la ciudad de Nagasaki. Los estadounidenses alegaron, entre las razones de este segundo bombardeo atómico, que querían acelerar la entrada de la URSS en combate.
"De repente, la luz de mil soles iluminó la cabina. Incluso con mis gafas oscuras de soldador, hice una mueca y cerré los ojos un par de segundos. Calculé que estábamos a unos 11 kilómetros de la zona cero y nos alejábamos del objetivo, pero la luz me cegó por un instante. Nunca había experimentado una luz azulada tan intensa, quizá tres o cuatro veces más brillante que el sol que brillaba sobre nosotros", describía los efectos de la explosión el copiloto del bombardero, Fred J. Olivi.
Aunque la bomba era aún más potente que 'Little Boy', la destrucción causada fue menor que en Hiroshima debido a la naturaleza del terreno. El objetivo inicial había sido la ciudad de Kokura, pero el B-29 Bockscar que transportaba la bomba fue desviado a Nagasaki debido a la densa nubosidad. Con todo, más de 3 kilómetros cuadrados de la ciudad fueron pulverizados y más 70.000 personas fallecieron. Se estima que el 77 % de las muertes fueron por quemaduras, el 16 % por la explosión y el 7 % por radiación.
Debido a la potente explosión de ambas bombas, las siluetas de personas y objetos que se encontraban en la calle en aquel momento quedaron 'impresas' para siempre en el suelo de las ciudades.

"Como si la tierra misma emitiera fuego y humo"
"Todos tenían la piel ennegrecida por las quemaduras", así describió un testigo a los supervivientes de los ataques atómicos, conocidos en Japón como 'hibakusha' ('persona bombardeada'). "No tenían pelo, porque lo tenían quemado, y a simple vista no se podía saber si los mirabas de frente o de atrás. Muchos murieron en el camino —aún puedo imaginarlos— como fantasmas andantes. No parecían gente de este mundo", agregó.
Las memorias de los supervivientes también recrean una imagen de dos ciudades que quedaron totalmente destruidas en un abrir y cerrar de ojos. "A lo largo de hectáreas y hectáreas, la ciudad parecía un desierto, salvo por montones dispersos de ladrillos y tejas. Tuve que replantearme la palabra destrucción o elegir otra para describir lo que vi. Devastación quizá sea una palabra más adecuada, pero la verdad es que no conozco ninguna palabra para describir la vista", contó Michihiko Hachiya, un médico de Hiroshima.
La escritora Yoko Ota también vio cómo "el castillo de Hiroshima había sido completamente arrasado". "Mi corazón se estremeció como una gran ola. El dolor de pisar los cadáveres de la historia me oprimía el corazón", lamentó.
"Todos los edificios que veía estaban en llamas. Parecía como si la tierra misma emitiera fuego y humo, llamas que se retorcían y brotaban del subsuelo. El cielo estaba oscuro, el suelo era escarlata, y entre ellos flotaban nubes de humo amarillento. Tres colores —negro, amarillo y escarlata— se cernían amenazantes sobre la gente, que corría como hormigas buscando escapar. Parecía el fin del mundo", describió a Nagasaki Tatsuichiro Akizuki, que trabajaba en un hospital ubicado a solo 1,5 kilómetros del epicentro de la explosión y, posteriormente, se convirtió en presidente de la Fundación Nagasaki para la Promoción de la Paz.

Rendición de Japón a gran precio
Las dos bombas atómicas surtieron los efectos deseados por EE.UU. El 10 de agosto, el Gobierno japonés manifestó su disposición a aceptar la derrota, sujeta a ciertas condiciones. El 14 de agosto, finalmente aceptó la exigencia de rendición incondicional y, al día siguiente, se declaró la victoria sobre Japón, aunque no fue hasta el 2 de septiembre que se firmó la rendición definitiva del país asiático, poniendo así fin formalmente a la Segunda Guerra Mundial.
Sin embargo, esa victoria fue acelerada a costa de la vida de miles de habitantes de Hiroshima y Nagasaki. Aunque se desconocen las cifras exactas, se estima que más de 170.000 personas murieron en las dos ciudades. En Hiroshima –que tenía una población de 343.000 habitantes– unas 70.000 personas murieron en el momento del ataque, mientras para fines de 1945, el número de fallecidos había superado los 100.000. Además, unas 40.000 personas murieron al instante en Nagasaki, y al menos 30.000 más sucumbieron a sus heridas y al envenenamiento por radiación para fines de aquel año.

Consecuencias a largo plazo
Además del elevado número de víctimas, quienes sobrevivieron a la explosión inicial y a las tormentas de fuego sufrieron rápidamente intoxicación por radiación, con síntomas que abarcaban desde quemaduras graves hasta pérdida de cabello, náuseas y hemorragias. Esto se agravó por el hecho de que el 90 % del personal sanitario de ambas ciudades falleció o quedó incapacitado, y los suministros médicos disponibles se agotaron rápidamente. Mucho después de los bombardeos, los supervivientes seguían padeciendo una mayor susceptibilidad a la leucemia, las cataratas y los tumores malignos, y a muchos también se les diagnosticó trastorno de estrés postraumático en etapas posteriores de su vida.
Hiroshima y Nagasaki se reconstruyeron con relativa rapidez. Ya que las explosiones atómicas se produjeron en el aire, esto hizo a que no se produjera una contaminación crítica, incluida una contaminación profunda del suelo, como ocurrió en el caso de Chernóbyl. Las partículas radiactivas que quedaron en el aire se dispersaron con relativa rapidez. Sin embargo, los bombardeos tuvieron un impacto ecológico significativo, afectando la biodiversidad y potencialmente causando mutaciones genéticas tanto en plantas como en animales. La energía de la explosión quemó seres vivos y la naturaleza en un área de aproximadamente 2 kilómetros cuadrados, mientras el efecto de las partículas nucleares emitidas a la atmósfera se puede ver aún hoy en las aguas de la región.
Al mismo tiempo, los ataques marcaron el comienzo de la era nuclear, provocando una carrera armamentística entre EE.UU. y la URSS y suscitando inquietudes sobre el uso de las armas atómicas y la posibilidad de una aniquilación global. Por su parte, los 'hibakusha' han luchado durante décadas para que se reconozca el impacto de las armas nucleares.
La experiencia histórica del uso de bombas nucleares en Hiroshima y Nagasaki ha demostrado sus devastadores efectos inmediatos y a largo plazo y, hasta ahora, el mundo sigue debatiendo ese acontecimiento: ¿había otra manera de terminar la Segunda Guerra Mundial? ¿Y сómo prevenir el uso de armas atómicas en el futuro?