Miles de argentinos siguen sin saber de sus parientes víctimas de dictadura

En Argentina muchos equipos de antropólogos forenses trabajan para identificar los cuerpos de personas enterradas en tumbas anónimas. Durante la dictadura los militares subían a las personas a los aviones y les empujaban vivos al mar.

Este medio de comunicación ha entrevistado a uno de estos especialistas para conocer más sobre su trabajo.    

Se estima que durante la dictadura militar argentina en los años 70 las fuerzas armadas hicieron desaparecer a unas 30.000 personas. En aquel momento el dictador Jorge Rafael Videla fue cínicamente sincero con su definición.

“Mientras sea desaparecido no puede tener ningún tratamiento especial. Es una incógnita, es un desaparecido. No tiene entidad, no está. Ni muerto ni vivo. Está desaparecido”, dijo en ese entonces el ex dictador.

Tres décadas después el ex mandatario cumple su condena en prisión, pero miles de argentinos quieren saber la suerte de sus seres queridos.

Ahora, gracias a la paciente labor de un equipo de antropólogos forenses muchos de ellos están recuperando sus nombres.

En estos años se han podido identificar cerca de 350 cuerpos de personas cuyo paradero se desconocía, enterrados en tumbas anónimas en cementerios de todo el país, y que ya han sido devueltos a sus familiares.

La tarea de estos expertos es extremadamente delicada. “Se utilizan herramientas muy pequeñas, como pinceles y espátulas, de modo de poder retirar todo tipo de tierra y elementos que cubren los restos, exponerlos y poder trasladarlos al laboratorio sin ningún tipo de daño que pueda dificultar la identificación posterior”, dice Luis Fondebrider, director del Equipo Argentino de Antropología Forense

En unos sesenta cuerpos los antropólogos hallaron marcas muy particulares. Son las víctimas de los llamados 'vuelos de la muerte', a las que los militares subían a los aviones y que luego los empujaban vivas al mar.

“Se ven patrones de fracturas en los restos totalmente diferentes. Tienen que ver con fracturas relacionadas con el impacto del cuerpo contra un objeto duro, en este caso el agua desde gran altura, lo que produce cierto tipo de fractura, especialmente en las extremidades”, explicó Fondebrider.

Este fue el caso de las monjas francesas Leonie Duquet y Alice Domon que en 1977, al comienzo de la dictadura, empezaron a reunirse en la Iglesia Santa Cruz en Buenos Aires, junto a un grupo de madres que querían conocer el destino de sus hijos desaparecidos. En diciembre de ese año, en un operativo militar, las religiosas fueron secuestradas junto a otras diez personas a la salida del templo.

Fueron llevadas hasta la Escuela de Mecánica de la Armada, donde las torturaron e incluso las fotografiaron. Se cree que posteriormente fueron arrojadas vivas al mar. A partir de allí comenzó el calvario de sus parientes que sólo sabían que estaban 'desaparecidas'.

“La experiencia del familiar es una angustia terrible. Es muy difícil decir la palabra: 'Están muertos'. No pueden llegar a decirlo como alguien que vive la tragedia de que se le muera un ser querido, y lo puede velar, lo puede honrar”, comentó el párroco de la Iglesia de Santa Cruz, Carlos Saracini.

Pocos días después de la desaparición el mar devolvió los cuerpos de las víctimas a las costas, pero fueron enterradas en tumbas anónimas en un cementerio a 300 kilómetros de Buenos Aires. No todos fueron identificados, pero la labor de estos especialistas permitió que hace cinco años la familia de Leonie Duquet pudiera finalmente darle sepultura.

Para el Equipo Argentino de Antropología forense, la identificación de los restos de los desaparecidos es una tarea muy lenta, que no siempre da resultado, pero gracias a su labor se han podido recuperar los cuerpos de varias mujeres que enfrentaron la dictadura y gracias a ello sus parientes tienen al menos un lugar donde honrar su memoria.

Sin embargo, miles de personas aún desconocen la suerte de sus seres queridos y siguen esperando a que alguien les pueda decir dónde están.