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El asalto bolsonarista en Brasil o cómo la ultraderecha recorre América Latina y el mundo

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El asalto bolsonarista en Brasil o cómo la ultraderecha recorre América Latina y el mundo

La toma de las sedes de los tres poderes públicos brasileños por parte de manifestantes bolsonaristas, así como la automática comparación con los hechos del Congreso de EE.UU. hace dos años, hace pensar que los grupos de ultraderecha cada vez se atreven mucho más. Ya no podemos pensar que son hechos aislados.

Sectores conservadores que se han salido de los cabales democráticos e institucionales han decidido acudir a la movilización insurreccional para provocar salidas de fuerza que desconocen la legalidad y buscan regresar a períodos históricos de dictaduras militares.

Lo más crítico de la situación es que a los discursos de derecha radical les ha ido relativamente bien en la esfera electoral. Millones de votantes se están plegando a estos sectores que con tan solo avanzar, un poco más, podrían volver a ganar nuevamente en 2026, caso brasileño, así como en 2024, en EE.UU., si se cumpliera un hipotético triunfo del expresidente y precandidato Donald Trump.

No podemos olvidar que el bolsonarismo viene de conquistar, en octubre, un poder asombroso en el Congreso y en varios estados del país. Además, en las presidenciales logró el 49 % de los votos. Todo esto a pesar de que los votantes conocieron los últimos cuatro años, en carne propia, las perturbadoras directrices del expresidente Jair Bolsonaro en torno al coronavirus (que dejó más de seiscientos mil muertes en el país) y a otros aspectos de la vida social.  

"Las posiciones supremacistas que podemos observar en los militantes del bolsonarismo, así como del trumpismo, preexisten a los acontecimientos escandalosos que han producido. Pero las redes y los medios han logrado amplificar y movilizar estas subjetividades".

Por ello es clave conocer qué opinan estos grandes grupos sociales que han venido votando por la ultraderecha (casi la mitad del país) sobre las acciones exageradas que llevan a cabo estos sectores: ¿hay un rechazo real en las mayorías o podría haber una simpatía solapada hacia estos hechos?

El estupor con que muchos personajes de derecha del mundo reaccionaron frente a los últimos acontecimientos de Brasilia podría ser un "saludo a la bandera" protocolar, como quien ofrece un pésame sin mucho sentimiento.  

Mientras tanto, a lo interno de las sociedades, el germen del conservadurismo se ha ido propagando gracias a la disposición de los medios de comunicación y al impulso de los algoritmos de las más conocidas redes sociales.   

Las posiciones supremacistas que podemos observar en los militantes del bolsonarismo, así como del trumpismo, preexisten a los acontecimientos escandalosos que han producido. Pero las redes y los medios han logrado amplificar y movilizar estas subjetividades, afectando los puntos neurálgicos de la política y la sociedad.

Fuerzas armadas y policiales: ¿instituciones ultraderechistas?

Especialmente preocupante es la influencia de la ultraderecha en las fuerzas militares y policiales. 

Lo acabamos de ver en la forma en la que los manifestantes tomaron, prácticamente sin obstáculo, todos los poderes públicos en pocos minutos. Ya el debate, y la permisividad anterior al suceso, sobre el carácter "democrático" y "pacífico" de los campamentos bolsonaristas, obviamente evidenciaba que entre actores militares y policiales se legitimaba lo que allí sucedía.   

Lo más impresionante ha sido la forma "aterciopelada" con la que fueron desalojados los manifestantes. 

Que un evento de esta naturaleza, en América Latina, se produjera sin un solo muerto solo puede explicarse de dos maneras: o las fuerzas del orden en Brasil son entes de máximo respeto por los derechos humanos, o más bien, había una coordinación previa que permitió un avance y un retiro consensuado de quienes vandalizaron Planalto, el Congreso y la Corte Suprema.

No es una cuestión que haya ocurrido únicamente en Brasil. 

Pareciera que los avances democráticos de la sociedad latinoamericana, desde la superación de las dictaduras y el advenimiento de ciclos progresistas, no hicieran mella alguna para transformar la visión derechista que se impone a lo interno de casi todas las fuerzas armadas y policiales. 

Basta comparar el desalojo de los bolsonaristas de los más importantes edificios públicos de Brasil con la represión en Perú, donde han ocurrido más de 40 muertes en menos de un mes, a pesar de que los manifestantes, que protestan contra el gobierno de facto de Dina Boluarte, ni se acercan al palacio presidencial. ¿Cómo sería la reacción de las fuerzas armadas peruanas si los manifestantes populares tomaran alguna institución pública? 

"Las fuerzas armadas se han convertido en actores en "estado de refrigeración" pero siempre preparados para salir de la "nevera" y perpetuar situaciones de radicalización del conservadurismo, desconociendo los parámetros de la democracia y llevando a cabo procesos represivos que a la izquierda nunca le permitirían".

Recordemos lo ocurrido en el golpe en Bolivia en 2019, cuando las huestes violentas de derecha tomaron el palacio presidencial, lincharon alcaldes y quemaron casas de líderes y ministros, sin la más mínima contención policial o militar. No obstante, una vez consumado el golpe, reprimieron con dureza y muchas muertes las protestas contra el gobierno interino de Jeanine Añez.

Cosas similares hemos visto en los golpes de Estado contra el expresidente paraguayo Fernando Lugo en 2012 y contra Manuel Zelaya en 2009, en los que las corporaciones militares han apalancado los derrocamientos de gobiernos democráticos.

En los sesenta y setenta del siglo pasado, las fuerzas armadas fueron protagonistas de las dictaduras. Ahora se han convertido en actores en "estado de refrigeración" pero siempre preparados para salir de la "nevera" y perpetuar situaciones de radicalización del conservadurismo, desconociendo los parámetros de la democracia y llevando a cabo procesos sistemáticamente represivos que a la izquierda nunca le permitirían. 

Si la noción de la democracia se debilita, las fuerzas armadas nacionales parecen estar allí para volver a situaciones de facto, aunque aún no se sabe si repetirían las masivas represiones que conllevaron a decenas de miles de desaparecidos en varios países de la región. 

El fantasma que recorre al mundo

Pero la cuestión no es solo en América Latina.

En diciembre, en la propia Alemania, fue desmantelada una red de ultraderecha que, según las autoridades, planeaba un golpe de Estado, específicamente un ataque armado al Parlamento federal. En 2020, ya se había disuelto una unidad élite del Ejército alemán que, tras un conjunto de escándalos, se reveló infestada de neonazis.

La toma del Congreso hace dos años en EE.UU. por supremacistas, el triunfo de Giorgia Meloni en Italia o el avance de la extrema derecha en casi todos los países europeos permiten ver que las fuerzas de derecha no se esconden solo detrás de ejércitos, sino que han salido a conquistar las mentes y los votos de los pobladores en el mundo. Es decir, no se trata de una infiltración aislada o de acciones quirúrgicas. 

El avance de la ultraderecha en el mundo es también electoral por lo que ha podido posicionarse a lo interno de las instituciones, naturalizando su participación anteriormente vetada.

El fracaso de las políticas democráticas para enfrentar los principales problemas de las sociedades alimenta estas fuerzas retrógradas; las corporaciones mediáticas las aúpan en un momento dado y las estructuras militares le dan el soporte final. 

Comprender el auge de la ultraderecha y su capacidad de alinear poblaciones es una tarea fundamental para las fuerzas democráticas del mundo.  

Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista de RT.

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