La coyuntura política actual en América Latina ha hecho que dos líderes prominentes e históricos de la derecha latinoamericana salgan a la palestra por razones opuestas, yuxtaponiendo así sus trayectorias políticas.
La semana pasada, el expresidente colombiano, Álvaro Uribe, fue declarado culpable por soborno de testigos y fraude procesal con una pena de 12 años de prisión domiciliaria. Aunque todavía tiene derecho de apelación y suele cumplirse el viejo refrán "en política no hay decesos", la sentencia parece la estocada final de una carrera política que venía en franca decadencia, pero que en su prime gobernó Colombia durante ocho años (2002-2010) y mantuvo una influencia tremenda en varios gobiernos posteriores, hasta el triunfo de Gustavo Petro en 2022.
Uribe ha sido una figura innegablemente popular que ganó ingentes adeptos por medio de un carisma muy conservador. Utilizó el discurso de la seguridad pública para vencer, una y otra vez, a sus enemigos en las urnas electorales y en el terreno militar y así mantener un legado al punto de ganar un plebiscito en contra de los Acuerdos de Paz de 2016. Un líder "populista de derecha" que fue aliado incondicional de EE.UU., tanto de sus gobiernos demócratas como republicanos. En pleno auge del "ciclo progresista latinoamericano", mantuvo incólume su gestión en medio de una ola de gobiernos izquierdistas que en cierta forma lo acecharon.
La sentencia de Uribe parece la estocada final de una carrera política que venía en franca decadencia.
En sentido inverso, otro líder derechista ha vuelto nuevamente a la palestra estos días. Se trata del presidente de El Salvador, Nayib Bukele. Su situación actual es diferente a la de Uribe, ya que su carrera, lejos de estar en declive, se aseguró la posibilidad de reelección indefinida gracias al cambio constitucional realizado por el Congreso de su país que incluye prolongar el período presidencial por un año más, para ampliarlo de cinco a seis años. Bukele gobierna desde 2019 y apenas comienza su segundo período.
Ambos personajes comparten varias similitudes ideológicas aunque con estilos diferentes. La más relevante es el uso del discurso de la seguridad nacional. Es decir, las razones por las que Bukele llega a perpetuarse y a tener legitimidad es la misma que Uribe: llevar al paroxismo una guerra contra un enemigo interno, violento, que pone en jaque a la nación: las pandillas, en el caso del primero; la insurgencia marxista, para el segundo.
La categoría "populistas de derecha" no es una cualificación negativa para comparar ambos estilos políticos. Se trata de figuras que gozan de popularidad a partir de convertirse en especies de "vengadores de la sociedad", que con un discurso radical y "antisistémico", sin importar la institucionalidad y sin un respeto mínimo a las reglas de juego de la democracia liberal, decidieron enfrentar, contra viento y marea, a un enemigo interno y en ambos casos lograron derrotarlo, lo que antes de sus respectivas irrupciones parecía imposible. Allí se asienta el éxito de ambos, con una diferencia innegable en sus estilos: el colombiano, más tradicionalista; el salvadoreño, mucho más posmoderno por su impronta digital.
Líderes bajo el manto protector de EE.UU.
Tanto Bukele como Uribe han actuado como aliados de EE.UU. Aunque habría que decir que Bukele ha tenido un enfoque más variable: ha sido crítico con los demócratas y un aliado cercano de los republicanos, especialmente de Trump. Esto resulta paradójico ya que, a pesar de que El Salvador tiene una numerosa migración hacia EE.UU. —y las remesas que envían tienen un lugar central en los ingresos del país—, el presidente salvadoreño se ha convertido en un actor de peso para el impulso de las políticas antimigratorias de Trump.
Por su parte, Uribe promovió la intervención de militares estadounidenses en Colombia para enfrentar a la guerrilla. El contubernio entre las fuerzas armadas colombianas y los grupos paramilitares y las oficinas de inteligencia y antinarcóticos de EE.UU., llevó a prácticas ilegales contra la insurgencia, resultando en la creación de los "falsos positivos", que produjeron el asesinato de millares de campesinos inocentes enterrados en fosas comunes, que fueron presentados como guerrilleros muertos en combate.
Uribe promovió la intervención de militares estadounidenses en Colombia para enfrentar a la guerrilla.
Bukele ha sido destacado por su exitoso enfoque en la lucha contra las pandillas, utilizando como máximo símbolo las cárceles de confinamiento severo donde los derechos humanos son públicamente relegados. Su modelo de reducción de la delincuencia a través de medidas extremas ha sido adoptado como un referente por otros gobiernos derechistas de la región, como los de Ecuador y Argentina.
La principal diferencia que hasta ahora ha tenido el auge de ambos procesos radica sobre todo en sus instituciones: en Colombia, Álvaro Uribe enfrentó límites por parte del Congreso y terminó condenado por la justicia de su país, mientras que en El Salvador, Bukele controla todos los poderes públicos y su reelección se decidió por una votación entre congresistas y no por el voto popular.
Uribe, de 73 años, en su momento se convirtió en el modelo conservador para América Latina, pero ahora mismo vive lo que pareciera un período de decadencia debido no solo al largo juicio al que fue sometido sino también a las derrotas electorales del uribismo. Bukele, en cambio, parece ir en ascenso, se asegura su continuidad y cada vez se entroniza más como un líder para la región. Sin embargo, la juventud del salvadoreño (45 años) impide determinar cuál será su suerte final, sobre todo si tomamos en cuenta que su país ha sido siempre conflictivo y que puede dar giros inesperados.
Tanto Bukele como Uribe cuestionaron el sistema político y los partidos existentes, emergiendo como supuestas figuras outsiders. Sin embargo, sus procedencias políticas son opuestas: Bukele proviene de la izquierda, habiendo sido parte, incluso como alcalde de la capital, del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) antes de moverse hacia posiciones antiizquierdistas debido a la expulsión a la que fue sometido por su partido en 2017. Uribe, en cambio, surgió de una familia conservadora y se posicionó como un "justiciero" de la misma, afectada por la violencia guerrillera.
La mayor coincidencia es que ambos han hecho de la "izquierda realmente existente" su gran enemiga, la dotadora de sentido de sus propuestas políticas con las que pudieron cohesionar a ingentes sectores conservadores y convocar a muchedumbres juveniles, algo que la derecha latinoamericana no había sabido hacer durante este siglo.
Estos han sido sus grandes aportes a la política derechista de la región a la que logran influenciar de diversos modos. Ambos han generado una escuela con un legado cuyas proyecciones en la actual coyuntura se yuxtaponen: una hacia el ocaso; otra en aparente ascendencia, aunque no sabemos por cuánto tiempo.